CADA VEZ que veo a Ursula von der Leyen pienso en la disonancia alegrista que causa la feminidad; en c贸mo cualquier irrupci贸n mujer dentro de la feria de cad谩veres hombre produce m谩s naturalidad agresiva. Ella no es una diva ni una jovencita, pero sus simples conjuntos chaqueta-falda de tonos ocres, al hallarse rodeados de filas repetidas de seres vestidos de negro, act煤an como asterisco de color y esc谩ndalo visual.
El pero de von der Leyen, como el de Angela Merkel o Margaret Thatcher, es que se dejaron contagiar por el funebrismo masculino, por ejemplo en sus rostros, forzados, serios, hier谩ticos, del todo antimujer, pues la mujer es a menudo un ser mucho m谩s gestual y dram谩tico (dice Almod贸var que 茅l elige sobre todo actrices para sus pel铆culas porque muestran mayor gama de emociones y son mejores int茅rpretes). A veces las grandes pol铆ticas tambi茅n tratan de forzar la voz: es famoso que Thatcher contrat贸 a un logopeda para masculinizar su pronunciaci贸n, porque sus consejeros le dijeron con raz贸n que la voz del poder es macho.
La voz del poder, quiero decir: la voz de la muerte.