QUE UNA mujer se llame Vanessa es como una cebra pintándose nuevas rayas: para quĂ© incides en lo que ya eres, para quĂ© exageras, para quĂ© tanta cursilerĂ­a. Que un hombre se llame Vanessa, en cambio, ya es más comprensible: quizá ese hombre estĂ© fascinado por el color, el olor, el sonido, el taconeo, el carácter, el mal genio, la independencia y la sensualidad de las Gildas de la existencia, a las que desea emular con todas sus fuerzas. Recuerdo que el primer nombre que me puse en Madrid fue Edurne, pues asĂ­ me iban a llamar mis padres en el caso de que hubiera nacido chica, pero una gitana de LavapiĂ©s me lo quitĂł de la cabeza:

—Las Edurnes no mueven el culo tanto como tĂş. Tienes que ponerte un nombre de más vuelo, que se te vea llegar de lejos: Jessica, Paola, Vanessa, por ahĂ­.