NO SON las aes mejores que las oes o viceversa, pero las personas llenas de deseo y curiosidad sufrimos mucho si vemos que hay dos tartas maravillosas y solo podemos comer de una. Si de pequeña alguien me hubiera dicho "qué guapa estás", como les decían a mis hermanas, me habrían hecho un gran favor, porque supe desde el principio que estar guapa era mucha más belleza que estar guapo. Quería ser guapa, lista, loca, mágica, ese tipo de aes; y quería ser rápido, travieso, intrépido, obstinado, ese tipo de oes. Una vida de solo oes me limita me enferma me calcina me destruye.
Vanesssssa 💋
Historias de un pedacito de maricón
LO QUE cada vez me molesta más de Hugo, Nietzsche, Neruda, Bukowski, Houellebecq: que no hayan dado muestras de disolución del yo, que hayan conservado la ficción de una identidad dura, al contrario que Pizarnik, Plath, Woolf o Tsvetaeva, que muestran una identidad borrosa o a-punto-de-romperse. Ya es curioso que todas sean mujeres y suicidas. ¿Será que los hombres se ven obligados al militarismo de la identidad compacta? ¿Será que las mujeres sufren en el casi-yo, consecuencia del papel subalterno que se les ha otorgado desde la cuna, como se refleja tan bien en los diarios de Plath?
QUIZÁ PODRÍA meter también a Gide o a Proust o a Pessoa como ejemplos de identidades gaseosas, si bien obsérvese que los tres son la antítesis de lo masculino. En el momento en que te liberas de lo macho, el yo se vuelve mucho más flexible, ya no necesita repetirse, ¿pues qué es una identidad sólida, sino una repetición incesante? ¿Pensaría en esto Coleridge en su teoría del artista andrógino? Mientras el artista-hombre quiere liberarse de la carga del yo, la artista-mujer quiere acceder a él, pues la mujer ha sido a lo largo de la historia una persona-sin-yo, una persona que está supeditada al yo del hombre. Pero el acceso al yo solo es creativo si lo desmasculinizas y lo conviertes en multiyo ⇒si adelgazas o destruyes la ficción de la identidad.
DESDE MUY pequeño se me han hecho las críticas de que no tengo fuste, de que no soy sólido, de que me quejo, de que soy débil, de que soy un charlatán, de que no razono, de que soy voluble… que son las críticas comunes que se les vienen haciendo a las mujeres desde la noche de los tiempos. Lo más femenino de mí no está en mi armario ni en mi ropa ni en mis tacones: está en mi cerebro.
SOBRE MI último nombre/gamberrada, pedacito de maricón, observo que las dos primeras acepciones de maricón en el DRAE confirman al 100% mi condición:
1. Afeminado, que se parece a las mujeres.
2. Dicho de un hombre: Apocado, falto de coraje, pusilánime o medroso.
La primera acepción la llevo cumpliendo desde los diez años, cuando corría a los armarios de mis hermanas a probarme sus ropas; y la segunda la llevo conmigo desde que nací, porque, salvo algún relámpago de valentía que me ha surgido en ocasiones, sin duda por error, he sido siempre un cobardica que todo lo soluciona huyendo y recluyéndose en su soledad.
DE LAS mejores cosas que me pasaron este año fue que mi masturbamusa política favorita con mucha diferencia, la ex presidenta Cristina Cifuentes, se encontró por la calle con un cubo neorrabioso y lo subió a su Instagram: cuando vi la fotografía me invadió la cursilería del “sueño cumplido”. ¿Y por qué hay tantas políticas entre mis masturbamusas, y por qué casi todas son de derechas? Sin duda porque soy un hombre beta, la mínima cantidad de hombre que puede haber en un hombre, y me electrizan las mujeres fálicas y poderosas, las pentesileas que me ningunean, me penetran y me dan órdenes. De hecho, no pude dejar de pensar que la presi, cuando se encontró con el cubo, sintió la vibración telepática de su maricón favorito.
CADA VEZ se me hace más pesado vestir de hombre, las raras veces en que todavía lo hago. Esta mañana me he puesto mis botas altas negras, unos pendientes exagerados y un vestido amarillo, y al mirarme sin querer en el espejo, me he sorprendido un montón: ¡qué guapa estoy!, me he dicho, pero no era guapura lo que veía, sino comodidad, autoafirmación, naturalidad. Cada vez que salgo vestido de hombre, me pasa que camino por la calle desgarbado, cheposo, como un ser desahuciado de la sociedad; es vestirme de Vanessa y empiezo a caminar erguida, balanceante, feliz de la vida, como si me estuviera comiendo el mundo.
Hoy he pensado esto, quizá sea una tontería pero para eso se escribe un diario: he pensado que en el futuro lejano, si la igualdad se va haciendo efectiva, los hombres van a terminar vistiendo como las mujeres. Se caminará hacia lo unisex, pero lo unisex será 90% femenino, porque lo femenino, en cuestiones de vestimenta o estética o perfume, es muy superior. Los hombres no pueden seguir haciéndose tanto daño, es insostenible seguir vistiendo de cadáveres por culpa de las pautas culturales. Cuando veo las reuniones de políticos en la UE, donde una mujer con tan poco sex-appeal como Angela Merkel, por el solo hecho de incorporar el color a su vestuario, parece Rita Hayworth al lado de sus compañeros grises, militares, uniformados, me suelo preguntar: ¿Es que no se dan cuenta? ¿Hasta cuándo los hombres van a insistir en ESTO?
…de hecho, en los pequeños cortos que ruedo en mi cabeza para mis masturbaciones, tuve uno muy recurrente en el pasado en el que sucedía esto: conocía a una chica con el mismo número de pie que yo, la misma talla de pantalón, la misma de camisa… y como ella estaba abierta a mis travestismos, al final decidíamos tener un solo armario y toda nuestra ropa era de mujer. Volviendo a mi idea de arriba, no me parece del todo estúpido que en el futuro haya parejas (supongo que ya las habrá ahora, aunque pocas) que tengan un solo armario y toda la ropa sea susceptible de ser vestida por los dos.
UNA VECINA me solía decir, cada vez que se encontraba conmigo:
—Vanessa, estamos muy contentas contigo porque nunca montas ningún escándalo.
Como si lo propio de las travestis fuera el crear escándalos, cuando el triste escándalo está en el ojo del hetero, que es un ojo viejo y detenido. Pues bien: cómo será el eco social que está causando, en los últimos meses, el aumento de las agresiones a miembros LGBTI, que esta vecina mía, que es una buena mujer, ahora ya no me agradece para nada que "no monte escándalos" y me dice en cambio, cada vez que me ve vestida corta y botimatona:
—Vanessa, ten cuidado.
HA LLEGADO el otoño y vuelvo a ser la marybotas de Carabanchel. En verano apenas me travisto porque me da pereza depilarme; pero apenas llega octubre regresa lo que soy: la que soy. De los veinte pares de botas que tengo, además, existen tres o cuatro cuyos tacones no me hacen daño, por lo que camino con ellos con una superioridad que ni una manada de leonas. ¿Cómo? ¿Que nunca has caminado sobre tacones altos? ¿Porque padeces de la limitación de creerte hombre? Entonces nunca sabrás lo que es dominar la calle, lo que es el poder.
FUI POR la mañana a recibir mi primera sesión de depilación láser en la cara, sistema del que no tenía ningún conocimiento pero presuponía, no sé por qué, que sería indoloro, y me encontré con que funciona mediante descargas y hace un daño de mil demonios, si bien la sesión de maltrato duró poco más de cinco minutos. Qué duro es el sueño de ser mujer, amigos míos, qué dura es incluso la parodia de ser mujer, como es mi caso. Hasta me planteé no volver más al centro de depilación, pero debo ser una mari valiente y además pagué por adelantado 384 euros por 20 sesiones. Cuando salí, me tocó firmar en una hoja que acreditaba que había recibido la primera sesión, así que firmé “Vanessa” con las letras muy redondas, alargadas y bonitas, como firmamos las maris.
LLEVO SEIS meses en que soy Vanessa todos los días. Neorrabioso se me está olvidando, yo no tengo nada que ver con ese tipo. La gente se asombra un poco ante mis pintas putifalderas, pero cada vez menos. Ayer entré en una tienda de segunda mano: allí coincidí con una chica que ya me ha visto otras veces y no se escandaliza para nada con mis travestismos, aunque me suele hacer comentarios, casi siempre negativos:
–Fatal otra vez. ¡No sabes vestirte de mujer, por favor, es que vas como una choni!
CUANDO COMENCÉ a ir al dentista en Vitaldent me puse de nombre Edurne. En el Dentix de Quevedo me puse Paula. Como en Dentix las dentistas que te atienden cambian cada poco, al segundo año apareció una que flipaba con mi nombre:
—Pero, ¿cómo es que te llamas Paula?
—No, es que tengo problemas de identidad: cuando empecé aquí me sentía mujer, pero desde hace unos meses he vuelto a sentirme hombre.
Este tipo de gamberradas travestis son típicas de mí. Habré utilizado unos treinta nombres de mujer desde que he llegado a Madrid, los más frecuentes Jennifer, Vanessa, Edurne y Paula. Habrá como quince o veinte chicas que me tienen apuntado en sus móviles con maricón o nombre de mujer, casi todas ellas chicas americanas o de costumbres nocturnas o que sufren de insomnio, pues mis ratos mentales travestis me suelen llegar con más frecuencia de madrugada, donde les cuento historias increíbles de mis operaciones de pecho o trasero o mis escándalos sexuales con hombres, todos falsos, por supuesto, y que hacen que algunas se enfaden conmigo cuando descubren la verdad (algunas nunca la descubren y eso me da pie a contarles mentiras aún más gordas). Este detalle de las mentiras es consustancial a mi travesti: cuando me sueño mujer, sucede que me infantilizo y me vuelvo una mentira con patas. A veces he pensado si estaré loco (me gustaría), pero me basta entrar en las páginas anglosajonas de sissies, donde este fenómeno está mucho más extendido y es más público, para encontrar a miles de hombres que les sucede lo mismo que a mí: a todos ellos les gusta vestirse de mujer o imaginarse como mujeres; y a todos les gusta que las mujeres les llamen faggot, slut o cocksucker y les obliguen a comportarse como tales.
Ser hombre es un coñazo inmenso. Yo no tengo nada que ver con esos tipos. Qué aburrimiento este cuerpo mío sin caderas ni curvas ni labios gruesos. Quiero taconear como ellas y mover el culo como ellas y las manos como ellas. Quiero ponerme vestidos increíbles y perder el zapato izquierdo al regresar de noche. Quiero que venga de una vez el genio de la lámpara y me conceda el deseo secreto de mi vida:
—Quiero ser Jennifer López.
LO QUE me alucinan las mujeres con botas altas. He visto esta mañana una mujer con botas blancas, a lo lejos, cruzando la Plaza España, y me he quedado con la boca abierta como me pasa siempre. Hasta suelo preguntarme, cuando veo semejante espectáculo, si estaré viendo a una mujer que lleva unas botas o a unas botas que llevan una mujer. La pasión que he sentido desde pequeña por las mujeres que llevan ESO es tal que yo misma suelo espaciar mucho mis travelosuras cuando llega el verano, porque relaciono el 70% de mi feminidad con ese artilugio maravilloso. Hasta estoy segura de que no existe mujer fea que calce unas botas altas y tampoco ninguna que sea mala persona: en todo caso se vuelven malas cuando se las quitan.
ME PARA una mujer por la calle en Carabanchel y, después de ponerme cara de decirme algo muy grave, acaba diciéndome:
—Mira, Vanessa, primero te pido perdón por saber tu nombre sin conocerte, pero es que en el barrio todos sabemos tu nombre porque eres una persona muy llamativa. Llevo meses tratando de decirte algo y si no te lo digo hoy reviento. Quiero que sepas que llevo tres años observándote y lo que haces me parece increíble. Las botas de tacón que te pones todos los días no es que sean preciosas, es que sabes cómo llevarlas: no hay ninguna mujer en Carabanchel que lleve las botas con la personalidad que tú las llevas. Ya sé que esto igual ni te va ni te viene, pero quería decírtelo y animarte a que sigas así, porque cada vez que te veo me alegras el día.
VEO WONDER woman, enseguida me enamoro de la protagonista (y de dos jefazas de las amazonas), y sigo la película con el terror de que el gilipollas del espía estadounidense se la acabe tirando, cuando lo que pide la historia es lo contrario: es la dominatriz amazona la que debe ponerse un arnés y reventarle el culo al asustadísimo aviador aliado. Existen mujeres líder con las que es absurdo seguir manteniendo la comedia del dominio sexual del penetrador masculino: esto ya lo adivinó Eurípides y lo materializó muy bien Kleist en su drama Pentesilea, donde la reina de las amazonas ¡se termina comiendo a Aquiles en lo más álgido de la pasión amorosa! Yo mismo, en las pequeñas películas mentales que me ruedo antes de cada masturbación, suelo asumir el papel típicamente macho ante mujeres tipo Marilyn Monroe, Susana Almeida o Hilary Duff, pero soy incapaz de asumir un rol dominante ante mujeres tipo Xena, la tenista Serena Williams, la Uma Thurman de Kill Bill, la política francesa Ségolène Royal o la Linda Hamilton de Terminator, mujeres con las que me vuelvo pasivísimo: me gusta imaginar que me llevan a un pajar tirándome del pelo, donde se ponen un arnés y me destrozan el culo sin ningún cariño, y luego me arrojan con mucho asco un billete de cinco euros para que me quede bien claro el papel que desempeño. ¡Los hombres que en el sexo no alternen el placer de mandar con el de obedecer, el vicio de humillar con el de ser humillados, esos hombres no tienen nada que ver conmigo! Ahora bien: comprendo que Wonder woman es una película dirigida a un público mainstream y que en 2018 todavía sería un escándalo que la protagonista femenina sodomice al macho (aunque he leído no sé dónde que a los hombres europeos cada vez les gusta más que su chica les sodomice). También habría que decir, por hacerme autocrítica, que yo soy en la masturbación y en lo mental de una amplitud y falta de prejuicios asombrosa (hasta soy capaz de follar con una excavadora, como en aquel poema de Miriam Reyes), pero luego en la realidad soy un hombre asustadísimo ante los cuerpos y con un terror infinito incluso para desnudarme, ¡como para permitir que me metan algo en el culo, por mucho que sea Wonder woman!
CUÁNTAS VECES he pensado que el gusto por travestirme me nació de una “envidia secreta” que empecé a incubar hacia mis tres hermanas. Siendo yo el único varón y merecedor de todas las atenciones en una sociedad tan machista como la que yo vivía, pues el machismo en un pueblo rural es mucho más grande que el que puede existir en una ciudad, sospecho que le empezó a molestar a mi carácter egocéntrico que, en las fiestas o reuniones familiares, mis tías, en vez de dirigirse a mí en primer lugar, se dirigieran a mis hermanas para decirles lo guapas que estaban y lo bien que les quedaba la ropa o el peinado o los pendientes. Y luego… ¿qué era eso que hacían mis hermanas en el baño durante tanto tiempo, por qué sus armarios de ropa eran el triple de grandes que los míos, por qué en sus ropas estaba permitido el COLOR, el vuelo, los cinturones y los volantes, para qué servían todos esos tarros y frascos que se echaban, por qué ellas se podían poner pendientes y moños y lazos en el pelo? Cuántas veces he pensado que toda la educación que nos dan es contra natura, 100% dirigida a anular la individualidad en pos del animal de rebaño, y aunque las mujeres se llevan la peor parte también los hombres estamos llenos de neurosis a causa de las cárceles de la masculinidad.
HASTA NAPOLEÓN Bonaparte se travestía. El hombre que cada año enviaba 300.000 jóvenes franceses a la carnicería se vestía de mujer en la intimidad de su dormitorio. Y Julio César era llamado “la reina de Bitinia” porque en sus relaciones homosexuales con el rey de Bitinia había ocupado “la parte interior de la cama”, esto es, había asumido la parte pasiva. El hombre que fue matando galos hasta llegar al millón necesitaba hacer de mujercita con un miembro de su ejército cuando regresaba al campamento. Qué mayor prueba de que la exigencia constante de masculinidad es imposible. ¡Ni Julio César ni Napoleón podían!
¿SOMOS LAS travestis machistas? Recuerdo que hace una década leí en un foro de crossdressers un hilo con este título, referido precisamente a que muchas travestis reproducimos el anti-ideal de mujer-objeto, por no decir el anti-ideal de chica rubia, guapa y tonta. En aquel hilo todas las travestis entraban histéricas a negarlo y a decir que somos justo lo contrario, "feministas y las mayores amantes y homenajeadoras de la mujer". Pero, si esto fuera cierto, ¿por qué la mayoría de nuestros modelos son vedettes, actrices o pibonazas relamibuenas y no Angela Merkel, Madame Curie o Wislawa Szymborska? La acusación de machismo, sin embargo, se cae por su propio peso cuando pensamos en las consecuencias que le acarrea a la travesti su travestismo, suponiendo que lo saque a la calle: no hay más que pulsar "travesti asesinada" en Google para saber cómo pueden llegar a comportarse los verdaderos machistas con ellas. La travesti, además, al menos en mi caso, ha nacido precisamente en un ambiente en que la obligación de ser macho, activo, serio, discreto, sólido y dominante se le ha hecho tan insoportable que su cuerpo ha generado una necesidad de tener un espacio donde comportarse de forma pasiva, vistosa, alegre, decorativa y escandalera.
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